domingo, 18 de diciembre de 2011

4 ex-presos recorren el cuartel La Paloma


De la capilla de la tortura al Museo Alférez Alexis González

recibimos de Irma Leites

Los que entramos a Artillería 1, La Paloma en el Cerro, retrocedimos:
36 años atrás / 37 años atrás / 38 años atrás / 40 años atrás

En la mañana, al partir de mi casa, hacia allí, en un día desaforado, le dejé una notita a mi hija, que aún dormía: “Voy a retroceder a un diciembre de hace 38 años. Voy a atestiguar que el túnel del tiempo EXISTE, ojala vuelva más joven, no te lo aseguro, Ja!”

Pero, por suerte una vez más, lo que comprobamos que existe, sin duda, es el fabuloso ovillo de la memoria, que lo desata un aroma, un susurro, el roce de las botas al sonar subiendo por las escaleras.
Y entonces, ese hilo se desliza por el pasadizo del tiempo, como un pequeño hilo de agua, que se convierte en una pequeña cañada y luego un arroyo, un río un torrente hasta ser mar.
Hasta devolverle a los ojos una imagen certera del sitio donde nos  torturaron.  
Hoy el oficial nos abría las puertas cerradas. Antes, hace 38 años para mí, ese roce nos venía a buscar para bajarnos a la “máquina”. 
Pequeños detalles dormidos dentro de nosotros que se despiertan para señalar, acusar, condenar. Pequeñas energías que se encienden, solo basta que sople un viento suave y se activa…aparecen y aparecen, como ráfagas. 

De nuevo ese frío, esas presencias que solo los que estuvimos allí podemos percibir.
Ahí mataron al gordo Marcos, a Basilicio López, ahí sobre un banco, hambriento y aterido, dejaron morir una mañana de invierno a un compañero, por omisión de asistencia, después de una ducha fría, ahí torturaron a cientos de mujeres y hombres, ahí enloquecieron al negro Richard… ahí hambrearon, estaquearon.

Ahí, el Cacho los puteaba. Ahí, con lo que se podía se conspiraba para resistir. 
Ahí, cuando ubiqué el calabozo en el que me tenían desnuda, vi el rincón de las ratas, sentí el olor a la grasa rancia que nos ponían por el cuerpo, ahí aún, pude oír el chillido de las ratas que usaban para torturar y les conté ante el asombro del policía de la técnica, que le hablé –hace 38 años- a la rata, le decía que no se acercara, ella en un rincón, yo en otro. Y no se acercó.

Al rato la sacaron de mi celda. La rata fue más humana que el Pajarito Silveira
Y la resistencia viva, también en ese sitio, le mostré a la Fiscal la paloma que dibuje la noche anterior, porque la recuerdo en detalle, una paloma hecha con sangre, ahí en ese calabozo: una paloma que quería decir estás acá, un silbo, un texto,

Alguien limpia la celda de la tortura  / Que se lleve la sangre no la amargura…

Ahí, cuando ubicamos la perrera y el frontón donde nos hacían los simulacros de fusilamiento- hoy leñera- pude percibir el frío que te corría por la espalda cuando en la madrugada te gritaban “corre, corre pichi” y estabas desnuda en medio de soldados y oficiales armados y los perros metidos en la perrera se desesperaban ladrando y tirándose contra los tejidos y no sabías si era verdad que te dispararían o largarían los mastines.
Pude oír las ráfagas que daban contra el frontón y los trozos de pared que te golpeaban y luego cuando ellos se arrimaban y en vilo te levantaban y reían, reían… risa de oficiales mandamás  y de soldados cobardes diciendo amén por el juramento de obediencia debida o simple cobardía. 
En fin…seguro no volví a mi casa con 20 años pero sí con la certeza de que ese viaje por el túnel del horror, le puso el marco físico a lo que vive en mí y en cada uno de los compas que sobrevivimos.
Ese lugar existe, como existen los archivos, las fotos, estos ejércitos no destruyen ni los papeles, ni sus fotos, ni nada, son trofeos, o salvoconductos, son “museos” se jactan de sus “hazañas” de clase.
 Como conservan esa silla y esa toalla ahí, las mismas de la tortura en el “museo” como simples trofeos de guerra.



¿Dónde tendrán las capuchas? ¿En el sótano?


En el sitio, donde se torturó pervive ese halo de dolor oloroso: mezcla agria a lágrimas y sangre. 
Y esos sudores que solo despide el miedo y creo que la dignidad desnuda ensangrentada, atada no desaparece se mete entre el piso de adoquín de la sala de tortura que tan ingeniosamente Gavazzo nombraba como la capilla, él, era el cura. Con el cual  todas y todos “se confesaban” colgadas, picaneados, violadas. En la humedad que despiden las paredes está la sangre.
Sin hablar fuimos a buscar, bajo la escalera, la puerta al infierno.
Esos detalles del que fue torturado, encapuchado y entrado por puertas que no vimos pero todos sabíamos que allí estaba y si, allí está la huella, la marca de una puerta clausurada, la cerraron pero no le colocaron ni siquiera el tramo de zócalo.

Camuflada muy grotescamente –porque la impunidad de los ejércitos tiene eso- ellos cuando están en el ejercicio del terrorismo de estado se creen invencibles.
No prevén que décadas después los que vosotros torturáis, entren a los cuarteles, cierren los ojos y ubiquen escaleras, calabozos, tirantes donde nos colgaban, enchufes.
No importó ni importa al próximo mandón de turno que paso allí.
Ellos heredan  cuarteles para consagrar el credo de todas las FFAA, “morir por la patria y vivir sin razón” como dicen los Sin Tierra.


Y la consagran con la rúbrica del capital: la IMPUNIDAD.   



¿Y saben qué? No se siente que el dolor, sea en vano, no
. El dolor de la barbarie sufrida por los y las compañeras que amas, no nos vence.
Nos hace sangrar la herida que te provocó la víbora,  para que salga el veneno, y no te estalle dentro. Es sanador cualquier peón rural lo sabe. Es la cura sin doctor.



Sirve para que el poder judicial, que en general re victimiza a los testigos y es ciego, compruebe que la ingeniería de la impunidad no es invento de viejos o viejas resentidas, sino un proceso que DEBEMOS TORCER, QUEBRAR, porque sus efectos son la desintegración de hoy, los datos de hoy, la vida hoy: las mujeres asesinadas en sus casas, la pasta base, la indiferencia, las cárceles hoy, la tortura hoy, la falta de deseos de revolución de hoy.

Va lejos el olfato, para poder hoy mirar, juzgar y condenar.
Va lejos el oído para volver hoy a encontrar los sonidos del horror y los lazos de la resistencia, el combate.
Un sitio, una escalera, un tirante, una pared.

Un falso piso para ocultar vaya a saber qué. Todo lo vimos…en esas 2 horas y media.

Primero reconocimos el lugar donde daban las visitas, a los que permanecieron años allí, el pabellón “DEPÓSITO DE PRESOS”, el de la hambruna, el del maltrato eternizado, un sitio de muerte lenta, luego el frontón, la perrera.

Después pasamos frente al “Museo”, la palmera, los cañones, claro, en  un cuartel no es nada extraño, que los tengan. Pero en este caso ese museo, lleno de cañones, monturas, casquillos de balas, tiene una puerta, por la que asoma una escalera


ESA ES nos dijo todo dentro de nosotros, la misma por la que resbalamos mojados, por la que nos bajaban en andas, con la baranda herrumbrada, hoy  pintada de verde… este “Museo” ubicado frente a una palmera en el lugar central del cuartel, como el florero en una mesa, esa era la capilla de Gavazzo, de Cordero, de Silveira, de Scala, de Agosto, como un florero en una mesa…

Pero no, nada de románico, ni familiar, ni cálido.
Un sitio central en Artillería 1 para la sala de tortura. Ahí en medio de todos los pabellones del cuartel, ahí mismo un lugar que nadie podía desconocer.
En el recorrido nos cruzamos con él.    
Los ojos abiertos, los tímpanos alertas, un día de narices vivas, y el burdo camuflaje de los impunes hicieron posible encontrar la escalera. Igual que en el Florida, allí en Artillería 1, ellos dijeron que los compañeros asesinados en la tortura, se tiraron por la escalera. 

Burdo argumento plasmado en varias partidas de defunción firmadas por los impunes médicos asesores de tortura.



El sobrevivir nos da el dolor de ver los pactos,  la complicidad de los otrora compañeros con la impunidad, pero también el privilegio de aprender a amar más a los verdaderos compañeros.
El humor negro nos rescata, es el recurso de la sanación en medio de la insania de un cuartel, ese humor  que nos dice:
Vayámonos de acá, antes que se dé otro golpe de estado…y nos encuentre dentro.
Soldados y oficiales, policía técnica oían los horrores contados en la escena del crimen…que alguien se haga cargo.
De alguna manera sentí que me llevaba de allí adentro muy vivo al Gordo Marco, a Anita Rosadilla, a la Pitico, a la Negra Tere, al Vasco. ¡Salú compas!

Para ellos, una vez más, las palabras de Pablo:

Ellos aquí trajeron los fusiles repletos

de pólvora, ellos mandaron el acerbo

exterminio,

ellos aquí encontraron un pueblo que cantaba,
un pueblo por deber y por amor reunido,
y la delgada niña cayó con su bandera,
y el joven sonriente rodó a su lado herido,
y el estupor del pueblo vio caer a los muertos
con furia y con dolor.
Entonces, en el sitio
donde cayeron los asesinados,
bajaron las banderas a empaparse de sangre
para alzarse de nuevo frente a los asesinos.

Por esos muertos, nuestros muertos,
pido castigo.

Para los que de sangre salpicaron la patria,
pido castigo.

Para el verdugo que mandó esta muerte,
pido castigo.

Para el traidor que ascendió sobre el crimen,
pido castigo.

Para el que dio la orden de agonía,
pido castigo.

Para los que defendieron este crimen,
pido castigo.

No quiero que me den la mano
empapada con nuestra sangre.
Pido castigo.


No los quiero de embajadores,
tampoco en su casa tranquilos,
los quiero ver aquí juzgados
en esta plaza, en este sitio.



                     Pablo Neruda

 Irma Leites

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