De la capilla de la tortura al
Museo Alférez Alexis González
recibimos de Irma Leites
Los que entramos a Artillería 1, La
Paloma en el Cerro, retrocedimos:
36 años atrás / 37 años atrás / 38
años atrás / 40 años atrás
En la mañana, al partir de mi casa,
hacia allí, en un día desaforado, le dejé una notita a mi hija,
que aún dormía: “Voy a retroceder a un diciembre de hace 38
años. Voy a atestiguar que el túnel del tiempo EXISTE, ojala vuelva
más joven, no te lo aseguro, Ja!”
Pero, por suerte una vez más, lo que
comprobamos que existe, sin duda, es el fabuloso ovillo de la
memoria, que lo desata un aroma, un susurro, el roce de las botas al
sonar subiendo por las escaleras.
Y entonces, ese hilo se desliza por el
pasadizo del tiempo, como un pequeño hilo de agua, que se convierte
en una pequeña cañada y luego un arroyo, un río un torrente hasta
ser mar.
Hasta devolverle a los ojos una imagen
certera del sitio donde nos torturaron.
Hoy el oficial nos abría las puertas
cerradas. Antes, hace 38 años para mí, ese roce nos venía a buscar
para bajarnos a la “máquina”.
Pequeños detalles dormidos dentro de
nosotros que se despiertan para señalar, acusar, condenar. Pequeñas
energías que se encienden, solo basta que sople un viento suave y se
activa…aparecen y aparecen, como ráfagas.
De nuevo ese frío, esas presencias que
solo los que estuvimos allí podemos percibir.
Ahí mataron al gordo
Marcos, a Basilicio López, ahí sobre un banco, hambriento
y aterido, dejaron morir una mañana de invierno a un compañero, por
omisión de asistencia, después de una ducha fría, ahí torturaron
a cientos de mujeres y hombres, ahí enloquecieron al
negro Richard… ahí hambrearon, estaquearon.
Ahí, el Cacho los
puteaba. Ahí, con lo que se podía se conspiraba para resistir.
Ahí, cuando ubiqué el calabozo en el
que me tenían desnuda, vi el rincón de las ratas, sentí el olor a
la grasa rancia que nos ponían por el cuerpo, ahí aún, pude oír
el chillido de las ratas que usaban para torturar y les conté ante
el asombro del policía de la técnica, que le hablé –hace 38
años- a la rata, le decía que no se acercara, ella en un rincón,
yo en otro. Y no se acercó.
Al rato la sacaron de mi celda. La
rata fue más humana que el Pajarito Silveira
Y la resistencia viva, también en ese
sitio, le mostré a la Fiscal la paloma que dibuje la noche anterior,
porque la recuerdo en detalle, una paloma hecha con sangre, ahí en
ese calabozo: una paloma que quería decir estás acá, un silbo, un
texto,
Alguien limpia la celda de la
tortura / Que se lleve la sangre no la amargura…
Ahí, cuando ubicamos la perrera y el
frontón donde nos hacían los simulacros de fusilamiento- hoy
leñera- pude percibir el frío que te corría por la espalda cuando
en la madrugada te gritaban “corre, corre pichi” y
estabas desnuda en medio de soldados y oficiales armados y los perros
metidos en la perrera se desesperaban ladrando y tirándose contra
los tejidos y no sabías si era verdad que te dispararían o
largarían los mastines.
Pude oír las ráfagas que daban contra
el frontón y los trozos de pared que te golpeaban y luego cuando
ellos se arrimaban y en vilo te levantaban y reían, reían… risa
de oficiales mandamás y de soldados cobardes diciendo amén
por el juramento de obediencia debida o simple cobardía.
En fin…seguro no volví a mi casa con
20 años pero sí con la certeza de que ese viaje por el túnel del
horror, le puso el marco físico a lo que vive en mí y en cada uno
de los compas que sobrevivimos.
Ese lugar existe, como existen los
archivos, las fotos, estos ejércitos no destruyen ni los papeles, ni
sus fotos, ni nada, son trofeos, o salvoconductos, son “museos”
se jactan de sus “hazañas” de clase.
Como conservan esa silla y esa
toalla ahí, las mismas de la tortura en el “museo” como simples
trofeos de guerra.
¿Dónde tendrán las capuchas? ¿En el
sótano?
En el sitio, donde se torturó
pervive ese halo de dolor oloroso: mezcla agria a lágrimas
y sangre.
Y esos sudores que solo despide el
miedo y creo que la dignidad desnuda ensangrentada, atada no
desaparece se mete entre el piso de adoquín de la sala de tortura
que tan ingeniosamente Gavazzo nombraba como la capilla, él, era el
cura. Con el cual todas y todos
“se confesaban” colgadas, picaneados, violadas. En la humedad que despiden las paredes
está la sangre.
Sin hablar fuimos a buscar, bajo la
escalera, la puerta al infierno.
Esos detalles del que fue torturado,
encapuchado y entrado por puertas que no vimos pero todos sabíamos
que allí estaba y si, allí está la huella, la marca de una puerta
clausurada, la cerraron pero no le colocaron ni siquiera el tramo de
zócalo.
Camuflada muy grotescamente –porque
la impunidad de los ejércitos tiene eso- ellos cuando están en el
ejercicio del terrorismo de estado se creen invencibles.
No prevén que décadas después los
que vosotros torturáis, entren a los cuarteles, cierren los ojos y
ubiquen escaleras, calabozos, tirantes donde nos colgaban, enchufes.
No importó ni importa al próximo
mandón de turno que paso allí.
Ellos heredan cuarteles para
consagrar el credo de todas las FFAA, “morir por la patria y vivir
sin razón” como dicen los Sin Tierra.
Y la consagran con la
rúbrica del capital: la IMPUNIDAD.
¿Y saben qué? No se siente que
el dolor, sea en vano, no
. El dolor de la barbarie sufrida por
los y las compañeras que amas, no nos vence.
Nos hace sangrar la herida que te
provocó la víbora, para que salga el veneno, y no te estalle
dentro. Es sanador cualquier peón rural lo sabe. Es la cura
sin doctor.
Sirve para que el poder judicial, que
en general re victimiza a los testigos y es ciego, compruebe que la
ingeniería de la impunidad no es invento de viejos o viejas
resentidas, sino un proceso que DEBEMOS TORCER, QUEBRAR,
porque sus efectos son la desintegración de hoy, los datos de hoy,
la vida hoy: las mujeres asesinadas en sus casas, la pasta base, la
indiferencia, las cárceles hoy, la tortura hoy, la falta de deseos
de revolución de hoy.
Va lejos el olfato, para poder hoy
mirar, juzgar y condenar.
Va lejos el oído para volver hoy a
encontrar los sonidos del horror y los lazos de la resistencia, el
combate.
Un sitio, una escalera, un tirante, una
pared.
Un falso piso para ocultar vaya a saber qué. Todo lo
vimos…en esas 2 horas y media.
Primero reconocimos el lugar donde
daban las visitas, a los que permanecieron años allí, el
pabellón “DEPÓSITO DE PRESOS”, el de la hambruna,
el del maltrato eternizado, un sitio de muerte lenta, luego el
frontón, la perrera.
Después pasamos frente al “Museo”,
la palmera, los cañones, claro, en un cuartel no es nada
extraño, que los tengan. Pero en este caso ese museo, lleno de
cañones, monturas, casquillos de balas, tiene una puerta, por la que
asoma una escalera…
ESA ES nos dijo todo dentro de
nosotros, la misma por la que resbalamos mojados, por la que nos
bajaban en andas, con la baranda herrumbrada, hoy pintada de
verde… este “Museo” ubicado frente a una palmera en el lugar
central del cuartel, como el florero en una mesa, esa era la capilla
de Gavazzo, de Cordero, de Silveira, de Scala, de Agosto, como un
florero en una mesa…
Pero no, nada de románico, ni
familiar, ni cálido.
Un sitio central en Artillería 1 para
la sala de tortura. Ahí en medio de todos los pabellones del
cuartel, ahí mismo un lugar que nadie podía desconocer.
En el recorrido nos cruzamos con
él.
Los ojos abiertos, los tímpanos
alertas, un día de narices vivas, y el burdo camuflaje de los
impunes hicieron posible encontrar la escalera. Igual que en el
Florida, allí en Artillería 1, ellos dijeron que los compañeros
asesinados en la tortura, se tiraron por la escalera.
Burdo
argumento plasmado en varias partidas de defunción firmadas por los
impunes médicos asesores de tortura.
El sobrevivir nos da el dolor de ver
los pactos, la complicidad de los otrora compañeros con la
impunidad, pero también el privilegio de aprender a amar más a los
verdaderos compañeros.
El humor negro nos rescata, es el
recurso de la sanación en medio de la insania de un cuartel, ese
humor que nos dice:
Vayámonos de acá, antes que se dé
otro golpe de estado…y nos encuentre dentro.
Soldados y oficiales, policía técnica
oían los horrores contados en la escena del crimen…que alguien se
haga cargo.
De alguna manera sentí que me
llevaba de allí adentro muy vivo al Gordo Marco, a Anita Rosadilla,
a la Pitico, a la Negra Tere, al Vasco. ¡Salú compas!
Para ellos, una vez más, las palabras
de Pablo:
Ellos aquí trajeron los fusiles
repletos
de pólvora, ellos mandaron el acerbo
exterminio,
ellos
aquí encontraron un pueblo que cantaba,
un pueblo por deber y por
amor reunido,
y la delgada niña cayó con su bandera,
y el
joven sonriente rodó a su lado herido,
y el estupor del pueblo
vio caer a los muertos
con furia y con dolor.
Entonces, en el
sitio
donde cayeron los asesinados,
bajaron las banderas a
empaparse de sangre
para alzarse de nuevo frente a los
asesinos.
Por esos muertos, nuestros muertos,
pido
castigo.
Para los que de sangre salpicaron la patria,
pido
castigo.
Para el verdugo que mandó esta muerte,
pido
castigo.
Para el traidor que ascendió sobre el crimen,
pido
castigo.
Para el que dio la orden de agonía,
pido
castigo.
Para los que defendieron este crimen,
pido
castigo.
No quiero que me den la mano
empapada con nuestra
sangre.
Pido castigo.
No los quiero de embajadores,
tampoco
en su casa tranquilos,
los quiero ver aquí juzgados
en esta
plaza, en este sitio.
Pablo Neruda
Irma Leites
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