domingo, 18 de diciembre de 2011

4 ex-presos recorren el cuartel La Paloma


De la capilla de la tortura al Museo Alférez Alexis González

recibimos de Irma Leites

Los que entramos a Artillería 1, La Paloma en el Cerro, retrocedimos:
36 años atrás / 37 años atrás / 38 años atrás / 40 años atrás

En la mañana, al partir de mi casa, hacia allí, en un día desaforado, le dejé una notita a mi hija, que aún dormía: “Voy a retroceder a un diciembre de hace 38 años. Voy a atestiguar que el túnel del tiempo EXISTE, ojala vuelva más joven, no te lo aseguro, Ja!”

Pero, por suerte una vez más, lo que comprobamos que existe, sin duda, es el fabuloso ovillo de la memoria, que lo desata un aroma, un susurro, el roce de las botas al sonar subiendo por las escaleras.
Y entonces, ese hilo se desliza por el pasadizo del tiempo, como un pequeño hilo de agua, que se convierte en una pequeña cañada y luego un arroyo, un río un torrente hasta ser mar.
Hasta devolverle a los ojos una imagen certera del sitio donde nos  torturaron.  
Hoy el oficial nos abría las puertas cerradas. Antes, hace 38 años para mí, ese roce nos venía a buscar para bajarnos a la “máquina”. 
Pequeños detalles dormidos dentro de nosotros que se despiertan para señalar, acusar, condenar. Pequeñas energías que se encienden, solo basta que sople un viento suave y se activa…aparecen y aparecen, como ráfagas. 

De nuevo ese frío, esas presencias que solo los que estuvimos allí podemos percibir.
Ahí mataron al gordo Marcos, a Basilicio López, ahí sobre un banco, hambriento y aterido, dejaron morir una mañana de invierno a un compañero, por omisión de asistencia, después de una ducha fría, ahí torturaron a cientos de mujeres y hombres, ahí enloquecieron al negro Richard… ahí hambrearon, estaquearon.

Ahí, el Cacho los puteaba. Ahí, con lo que se podía se conspiraba para resistir. 
Ahí, cuando ubiqué el calabozo en el que me tenían desnuda, vi el rincón de las ratas, sentí el olor a la grasa rancia que nos ponían por el cuerpo, ahí aún, pude oír el chillido de las ratas que usaban para torturar y les conté ante el asombro del policía de la técnica, que le hablé –hace 38 años- a la rata, le decía que no se acercara, ella en un rincón, yo en otro. Y no se acercó.

Al rato la sacaron de mi celda. La rata fue más humana que el Pajarito Silveira
Y la resistencia viva, también en ese sitio, le mostré a la Fiscal la paloma que dibuje la noche anterior, porque la recuerdo en detalle, una paloma hecha con sangre, ahí en ese calabozo: una paloma que quería decir estás acá, un silbo, un texto,

Alguien limpia la celda de la tortura  / Que se lleve la sangre no la amargura…

Ahí, cuando ubicamos la perrera y el frontón donde nos hacían los simulacros de fusilamiento- hoy leñera- pude percibir el frío que te corría por la espalda cuando en la madrugada te gritaban “corre, corre pichi” y estabas desnuda en medio de soldados y oficiales armados y los perros metidos en la perrera se desesperaban ladrando y tirándose contra los tejidos y no sabías si era verdad que te dispararían o largarían los mastines.
Pude oír las ráfagas que daban contra el frontón y los trozos de pared que te golpeaban y luego cuando ellos se arrimaban y en vilo te levantaban y reían, reían… risa de oficiales mandamás  y de soldados cobardes diciendo amén por el juramento de obediencia debida o simple cobardía. 
En fin…seguro no volví a mi casa con 20 años pero sí con la certeza de que ese viaje por el túnel del horror, le puso el marco físico a lo que vive en mí y en cada uno de los compas que sobrevivimos.
Ese lugar existe, como existen los archivos, las fotos, estos ejércitos no destruyen ni los papeles, ni sus fotos, ni nada, son trofeos, o salvoconductos, son “museos” se jactan de sus “hazañas” de clase.
 Como conservan esa silla y esa toalla ahí, las mismas de la tortura en el “museo” como simples trofeos de guerra.



¿Dónde tendrán las capuchas? ¿En el sótano?


En el sitio, donde se torturó pervive ese halo de dolor oloroso: mezcla agria a lágrimas y sangre. 
Y esos sudores que solo despide el miedo y creo que la dignidad desnuda ensangrentada, atada no desaparece se mete entre el piso de adoquín de la sala de tortura que tan ingeniosamente Gavazzo nombraba como la capilla, él, era el cura. Con el cual  todas y todos “se confesaban” colgadas, picaneados, violadas. En la humedad que despiden las paredes está la sangre.
Sin hablar fuimos a buscar, bajo la escalera, la puerta al infierno.
Esos detalles del que fue torturado, encapuchado y entrado por puertas que no vimos pero todos sabíamos que allí estaba y si, allí está la huella, la marca de una puerta clausurada, la cerraron pero no le colocaron ni siquiera el tramo de zócalo.

Camuflada muy grotescamente –porque la impunidad de los ejércitos tiene eso- ellos cuando están en el ejercicio del terrorismo de estado se creen invencibles.
No prevén que décadas después los que vosotros torturáis, entren a los cuarteles, cierren los ojos y ubiquen escaleras, calabozos, tirantes donde nos colgaban, enchufes.
No importó ni importa al próximo mandón de turno que paso allí.
Ellos heredan  cuarteles para consagrar el credo de todas las FFAA, “morir por la patria y vivir sin razón” como dicen los Sin Tierra.


Y la consagran con la rúbrica del capital: la IMPUNIDAD.   



¿Y saben qué? No se siente que el dolor, sea en vano, no
. El dolor de la barbarie sufrida por los y las compañeras que amas, no nos vence.
Nos hace sangrar la herida que te provocó la víbora,  para que salga el veneno, y no te estalle dentro. Es sanador cualquier peón rural lo sabe. Es la cura sin doctor.



Sirve para que el poder judicial, que en general re victimiza a los testigos y es ciego, compruebe que la ingeniería de la impunidad no es invento de viejos o viejas resentidas, sino un proceso que DEBEMOS TORCER, QUEBRAR, porque sus efectos son la desintegración de hoy, los datos de hoy, la vida hoy: las mujeres asesinadas en sus casas, la pasta base, la indiferencia, las cárceles hoy, la tortura hoy, la falta de deseos de revolución de hoy.

Va lejos el olfato, para poder hoy mirar, juzgar y condenar.
Va lejos el oído para volver hoy a encontrar los sonidos del horror y los lazos de la resistencia, el combate.
Un sitio, una escalera, un tirante, una pared.

Un falso piso para ocultar vaya a saber qué. Todo lo vimos…en esas 2 horas y media.

Primero reconocimos el lugar donde daban las visitas, a los que permanecieron años allí, el pabellón “DEPÓSITO DE PRESOS”, el de la hambruna, el del maltrato eternizado, un sitio de muerte lenta, luego el frontón, la perrera.

Después pasamos frente al “Museo”, la palmera, los cañones, claro, en  un cuartel no es nada extraño, que los tengan. Pero en este caso ese museo, lleno de cañones, monturas, casquillos de balas, tiene una puerta, por la que asoma una escalera


ESA ES nos dijo todo dentro de nosotros, la misma por la que resbalamos mojados, por la que nos bajaban en andas, con la baranda herrumbrada, hoy  pintada de verde… este “Museo” ubicado frente a una palmera en el lugar central del cuartel, como el florero en una mesa, esa era la capilla de Gavazzo, de Cordero, de Silveira, de Scala, de Agosto, como un florero en una mesa…

Pero no, nada de románico, ni familiar, ni cálido.
Un sitio central en Artillería 1 para la sala de tortura. Ahí en medio de todos los pabellones del cuartel, ahí mismo un lugar que nadie podía desconocer.
En el recorrido nos cruzamos con él.    
Los ojos abiertos, los tímpanos alertas, un día de narices vivas, y el burdo camuflaje de los impunes hicieron posible encontrar la escalera. Igual que en el Florida, allí en Artillería 1, ellos dijeron que los compañeros asesinados en la tortura, se tiraron por la escalera. 

Burdo argumento plasmado en varias partidas de defunción firmadas por los impunes médicos asesores de tortura.



El sobrevivir nos da el dolor de ver los pactos,  la complicidad de los otrora compañeros con la impunidad, pero también el privilegio de aprender a amar más a los verdaderos compañeros.
El humor negro nos rescata, es el recurso de la sanación en medio de la insania de un cuartel, ese humor  que nos dice:
Vayámonos de acá, antes que se dé otro golpe de estado…y nos encuentre dentro.
Soldados y oficiales, policía técnica oían los horrores contados en la escena del crimen…que alguien se haga cargo.
De alguna manera sentí que me llevaba de allí adentro muy vivo al Gordo Marco, a Anita Rosadilla, a la Pitico, a la Negra Tere, al Vasco. ¡Salú compas!

Para ellos, una vez más, las palabras de Pablo:

Ellos aquí trajeron los fusiles repletos

de pólvora, ellos mandaron el acerbo

exterminio,

ellos aquí encontraron un pueblo que cantaba,
un pueblo por deber y por amor reunido,
y la delgada niña cayó con su bandera,
y el joven sonriente rodó a su lado herido,
y el estupor del pueblo vio caer a los muertos
con furia y con dolor.
Entonces, en el sitio
donde cayeron los asesinados,
bajaron las banderas a empaparse de sangre
para alzarse de nuevo frente a los asesinos.

Por esos muertos, nuestros muertos,
pido castigo.

Para los que de sangre salpicaron la patria,
pido castigo.

Para el verdugo que mandó esta muerte,
pido castigo.

Para el traidor que ascendió sobre el crimen,
pido castigo.

Para el que dio la orden de agonía,
pido castigo.

Para los que defendieron este crimen,
pido castigo.

No quiero que me den la mano
empapada con nuestra sangre.
Pido castigo.


No los quiero de embajadores,
tampoco en su casa tranquilos,
los quiero ver aquí juzgados
en esta plaza, en este sitio.



                     Pablo Neruda

 Irma Leites

Sobre presentación libro Mejías Collazo


Las luchas revolucionarias de la región, 
a calzón quitado

Un protagonista de la militancia clandestina de los ‘60 hace un alto en el camino a los 76 años y ofrece detalles de luchas, dudas, golpes, debates, y razones de los combatientes.

Fuente: TIRSO FIOROTTO - UNO - / Actividad Siglo XXI / Entrerrios 

Ernesto Guevara había nacido en la margen occidental del río Paraná, Hébert Mejías Collazo en la República Oriental del Uruguay, con una abuela de Cuba y un abuelo español.

Se encontraron precisamente en Cuba, cuando el Che ya era el Che, en un abrazo que marcaría para siempre al oriental. De los mensajes del revolucionario argentino cubano tomó Mejías Collazo sus convicciones latinoamericanistas, antiimperialistas.

La semana pasada presentó en Montevideo un libro con los relatos de la vida de sus compañeros, las experiencias propias y el contexto revolucionario de los años 60. En un concurrido encuentro, Mejías Collazo reflexionó sobre las razones de la obra y trazó paralelos con la actualidad.

También se escuchó un vibrante discurso de la militante de La Plenaria Memoria y Justicia, Irma Leites.
Sus expresiones no tuvieron reparos a la hora de calificar al gobierno actual del Uruguay, y dada la trayectoria de Leites merecen especial consideración.

Tanto Mejías Collazo como Leites han visitado Paraná, donde intercambiaron conocimientos y pareceres en varias oportunidades con agrupaciones entrerrianas, en particular las vinculadas a los derechos humanos y la educación.

El centro de “Volvería a hacerlo” es, claro, el Uruguay, pero contiene referencias a momentos señalados de Argentina, Chile, Cuba, Costa Rica y países de Europa, donde el autor estuvo exiliado. Es una vida y es un mundo.

Coherente con su visión, que discute las fronteras sudamericanas, Hébert Mejías Collazo pidió que su obra fuera prologada por dos entrerrianos.

Por siempre sedicioso

Volvería a hacerlo” es un libro ameno. Da ganas de leerlo de un tirón. Y es tan descarnado y sincero que a más de uno puede provocarle picazón.

El autor no pide adhesiones ni aplausos, no se pone en víctima ni en consejero.

Ha sentido, sí, el deber de ofrecer un relato propio, sin mediadores, sin más interés que la verdad. Y desde la coherencia de su vida incomoda, es cierto, a una dirigencia regional que terminó arreglando con el sistema.

Mejías Collazo es un intransigente y no lo oculta, como no oculta su opción por la violencia revolucionaria.
Aquí se mete en detalles de la conducta personal y por ese camino muestra la red de valores que cruzan al militante de intención revolucionaria y a los grupos. Los tiempos, los modos, los grados, todo es motivo de discusión (cuando no de malentendidos y distanciamientos) hacia afuera y hacia adentro.

Pero aún yendo a los lugares y los momentos que pueden crispar los ánimos, la obra de este oriental sereno y firme tiene la virtud de subrayar los méritos de sus compañeros de ruta, en especial de aquellos que cayeron por sus ideales.

En el fondo, Hébert Mejías Collazo ha sentido que se debía una explicación. A sí mismo, a sus hijos, a sus amores, a sus compañeros, a la sociedad, y una explicación que sirviera a todos, desnuda, para ayudar a comprender, con datos de primera mano, la complejidad de la vida de los militantes.
La obra emociona. La obra interroga y compromete, de cabo a rabo. El autor marca lo que considera gruesos errores, aquí y allá, y también grandes aciertos, y si bien una reflexión puede originarse en un hecho concreto ocurrido en el Uruguay, servirá para el análisis de cualquier experiencia de esa índole.
En algunos casos, toca puntos neurálgicos de las discusiones en la clandestinidad que pusieron a los militantes en una disyuntiva, y que pudieron torcer el rumbo de las luchas civiles en toda América. La mayor o menor adhesión a los lineamientos del Che Guevara y los encontronazos que provocó ese dilema es uno de los ejes de la inquietudes de Mejías, y del libro.

El más callado

En el prólogo redactado por el profesor Mauricio Castaldo y el autor de esta columna, se destaca la intención de Hébert Mejías Collazo de provocar hechos palpables, que consoliden la unidad de los pueblos. Como esto mismo de aceptar una presentación de amigos de la otra banda.
Dicen los prologuistas: el decano, y el más joven, y el más callado, y el que más escucha. El que prende el fuego (también en la churrasquera) y el que hace el mate y convida. El que sirve, el que presta la casa a jóvenes más o menos desconocidos para algún encuentro militante, y tira unos chorizos a la parrilla y les regala choripanes para el camino, a los desconocidos.

Si alguien no comenta quién es Hébert Mejías Collazo, él pasará inadvertido mirando, en un segundo plano, en la última silla, prendido a su cigarro. Acompañando, compañero al fin.
No es una imagen, como se acostumbra ahora. Va en su naturaleza. Es así nomás.

Hébert nos pasea por barrios, cuevas, pocilgas, cárceles, embajadas, y nos muestra desde su vida misma fotos cruciales de la historia del Uruguay, de Cuba, de Chile, de la Argentina… El golpe de Pinochet, el último Perón y la Triple A… Y no los vio desde un balcón precisamente.

Guerrillero y cristiano. Artesano en las esquinas porteñas, predicador en Costa Rica. Exiliado y obrero gráfico en Suecia. Con espíritu revolucionario siempre en su vida, y con agradecimiento siempre, también en esta obra, a esa generosidad de los compañeros, aquí y allá. Tal vez el libro mismo sea una excusa para exaltar la solidaridad, virtud imprescindible para un militante que supo de soledades y prisiones en casi todos los suelos que pisó y en todos dejó, con los girones de su vida, amigos entrañables.

Tres faros

Dos faros, José Artigas, Raúl Sendic, se perciben de fondo, marcando los relieves de las historias de Mejías Collazo. Historias que, en algunos tramos, encadenan frustraciones, hay que decirlo, en el camino que se va haciendo al andar, el de la revolución.

Sendic fue, claro, un imán para este obrero bancario del sudeste oriental que se hizo militante en La Teja y tuvo olfato para las cañas y las remolachas que enarbolaban sus pares obreros del noroeste.
Cuba, por razones que explica bien, resultó determinante, y más con aquel abrazo del Che Guevara que le dio ese combustible que anima para siempre.

Son tres faros, pues. Para un militante hermano que abrazó el cuerpo y las ideas del combatiente de la entrañable transparencia, y que por ello mismo, y por todas las luchas en las que participó y participa puede decir “compañero Che Guevara”, y sin apropiaciones, porque también “el Che es de todos”.
Este es un libro que no sólo reafirma caminos sino que también desmitifica y de-construye ciertas historias e historietas políticas. Un libro que aclara, más que nunca y oportunamente (sobre todo para los recién llegados al debate) bellas entregas, y también miserias personales, ideológicas y políticas de varios de ayer que se transformaron en los políticos de hoy.

Es un libro sin dogmas, de un paisano redondo que se dice embroncado pero no derrotado, de un libertario que puede levantar, inclaudicable, una bandera roja y negra de Libertad o Muerte y, al mismo tiempo y sin dramas, encontrarse en otro abrazo con el Che. Tal vez ésta sea la lección política, para todos nosotros. Y la lucha, la lucha que en Hébert Mejías Collazo es “una cosa vital”.

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Tenemos hambre de alegría

Las palabras de la militante Irma Leites, en la presentación de la obra de Mejías Collazo, se dirigieron a las raíces y al estado actual de las luchas, sin medias tintas.

“Hablar así, como lo hace Hebert, es como hablar de la familia de los padres, hijos, primas y hermanos elegidos, no de los heredados biológicamente, sino de aquellos con los cuales decidimos andar, con los que soñamos, nos comprometimos y nos peleamos… Hebert dice en sus primeras páginas que habla embroncado pero no derrotado. Sencilla y profunda reflexión. Mete las manos en el corazón de la pelea. Porque quiénes de nosotros no hemos sentido muchas veces ‘que nos cae mal haber sobrevivido’, sobrevivido a tantos amados compañeros y compañeras, haber sobrevivido para ver tanta claudicación, tanta inconsistencia ideológica con aquel amanecer soñado”.

“Estas páginas son un sitio para tomar partido, no por un partido, sino por una clase, por la lucha. Tomar posición sobre las polémicas, tomar un lugar y luchar mejor. Pero también un sitio, para volver a afirmar que la inmensa entrega de los que han quedado dignamente comprometidos en el camino, son la parte humana que sostiene su afirmación de ‘Lo volvería a hacer’… Que la coherencia del fundamento social, de la convicción de que no hay sillones posibles que nos detengan en el marco del capital, que hoy hay más causas para volver a hacerlo… el bagaje de la derrota no torcerá la vida elegida por mujeres y hombres que no concebimos en la lucha escaleras para llegar al poder sino trincheras donde destruir el poder esclavizante y construir otro mundo, otra humanidad, otro hombres y mujeres nuevas. Y que el debate histórico sobre el poder popular nada, nada tiene que ver con la sociedad del capital, con las instituciones del capital, con el estado del capital, sino con la insurrección de todos los órdenes de la vida misma de los oprimidos”.

“Un libro para repensar los nefastos efectos de la conspiración del sectarismo, esa forma de vincular las diferencias que corroen. Ese sectarismo que no reparó ni siquiera se corrigió en las cárceles, ante la represión, ante la tortura. Que existió y existe como una forma de abordar las contradicciones, que atomiza y nos relega a que quedemos mucho más expuestos al enemigo. La humanidad trasmitida en estas páginas trasciende incluso los dolores que provoca que hasta te excluyan del Abuso (la fuga) por pensar distinto”.
“Páginas llenas de expropiaciones, sueños de libertad, necesidad de trascender, de no anquilosarse en las herramientas, sino andar siempre buscando el mejor sitio, y si no lo encontramos lo creamos”.

“La injusticia de la propiedad privada, la sacrosanta ley del capital, como las causas de aquella y esta rebelión. La discusión entre anarquistas, marxistas, foquistas, sobreviviendo a la poda ideológica y política de estos tiempos. ¿Para qué? ¿Para alargar madrugadas en debates estériles entre viejos militantes, en medio del humo del cigarro y el vapor del alcohol? Seguro que no, para encontrar otro amanecer. Para impedir, que solo se escuche el monocorde sonido del poder y el miedo a disentir. Hebert afirma que en medio de la confusión ‘democrática progresiva’ agrego progresista, tenemos hambre de alegría. ¡Claro, que sí!”

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El recuerdo de Raúl Sendic

Hébert Mejías Collazo, militante actual de la agrupación Barrikada, encuadró la presentación de su obra en las enseñanzas de Raúl Sendic, y tuvo varias alusiones a la actualidad del Uruguay.

“Este modelo de Estado que aún hoy padecemos ‘tiene una cara y una careta’… Así nos lo decía el Bebe Sendic ya en aquellos tiempos… ahora mejor que nunca llegamos a comprender que se estaba refiriendo a este mismo tipo de Estado que -en ciertos ámbitos juristas- así se lo ha llegado a caracterizar: ‘este Estado, no merece otra calificación que la de ´fascismo-progresista’. Ciertamente: se trata de una muy dura pero certera calificación que -en lo esencial de su contenido- personalmente confieso compartir… Sendic hoy ha pasado a ser uno más entre los olvidados: algo así como un convidado de piedra” en las ‘historietas’ escritas por tanto impostor”.

Mejías mencionó a varios de sus compañeros y aunque el lector pueda conocer poco de estos militantes, vale escucharlo para valorar el espíritu del autor. “quiero aclarar que quienes hoy continúan convocándonos son precisamente ellos: nuestros mártires dignamente caídos en pie de lucha.

Sí: son ellos quienes hoy nos siguen convocando con su ejemplo de entrega y sacrificio: Alfredo Cultelli, Ricardo Zabalza, Jorge Salerno… ( jóvenes militantes caídos en la toma de Pando)… sin dejar de recordar también –junto a ellos- el ejemplo legado por aquellos otros jóvenes mártires estudiantiles: Liber Arce (símbolo de lucha signado desde su bautismo con nombre de consigna)… Susana Pintos, Hugo de los Santos, Héber Nieto... ellos: entre tantos otros que -como la maestra Elena Quinteros- ofrecieron sus vidas por aquella soñada revolución… hoy traicionada”.

La obra “también pretende rendir justo homenaje a la memoria del Bebe Sendic, de Gerardo Gatti y León Duarte… de los tupamaros Eduardo Pinela, Carlos Flores, Mario Robaina, entre tantos y tantos otros. Así como también se trata de rescatar la memoria de los queridos compañeros libertarios: el “gauchito” De León, Elena Quinteros, el “Pocho” Melchoso, el “santa” Romero” … y tantísimos más. Entre unos y otros… también el “loco” Rivera: toda una vida testimonial de lucha consecuente, fallecido -no hace tanto- sin haber alcanzado a vislumbrar siquiera… la realización de sus sueños libertarios por una patria para todos”. 

                                                                                                                                                                    TIRSO FIOROTTO



Sobre Facón Grande: por Daniel Tirso Fiorotto



Hallazgo: en la Patagonia cuentan proezas del legendario carrero entrerriano Un centenario expediente reveló la cuna del mártir Facón Grande
Fuente: Análisis


Este mes se cumplen 90 años del asesinato del entrerriano José Font (Facón Grande) en la Patagonia, y el líder cobra ya las dimensiones de un prócer en el movimiento obrero sudamericano. El biógrafo del combativo dirigente sindical en Gobernador Gregores, Santa Cruz, adelantó a ANÁLISIS que en un abultado expediente antiguo originado en una denuncia judicial hallaron un testimonio de puño y letra del carrero sobre su cuna en una ciudad entrerriana, y dijo que pronto publicará un libro con detalles. El fusilamiento fue un crimen de lesa humanidad, afirmó, y no descartó por completo un probable origen oriental de los Font.

La “Parada Font”, todo un misterio.

La lucha, el coraje, la sinceridad, la solidaridad y el fusilamiento de José Font en 1921 resultan estremecedores. En la Patagonia, Facón Grande despierta ya los más hondos sentimientos y reconocimientos. “La lucha no ha terminado, está tu facón en camino pues tu corazón entrerriano es de este sur, sigue vivo”, dice una bellísima canción de Sergio Castro.

Durante muchos años fue un ilustre desconocido para la gran mayoría de los argentinos. A partir de las investigaciones y denuncias del escritor Osvaldo Bayer y otros estudiosos, el carrero anarquista de la Patagonia que decía ser “entrerriano de Montiel” fue cobrando estatura de prócer para el movimiento obrero, y hoy su historia es ya ineludible en las luchas sociales del siglo XX.

Apodado Facón Grande por andar con un cuchillo desmesurado en la cintura, José Font era un carrero, experto en ese y otros oficios campesinos (jinete, constructor de ranchos). Cuando las huelgas de la Patagonia por salarios, salud y velas (sí, velas), Font se desempeñaba como un obrero del transporte, cargaba lana y cueros en las estancias, con carros y caballos de su propiedad.

Dadas sus condiciones personales, y después de acusaciones que lo tuvieron contra las cuerdas en la justicia y lo hicieron recelar de los grandes propietarios, fue elegido por los obreros de las estancias para que los representara en sus reclamos ante la patronal y aceptó.
Así se metió de lleno en las luchas por los derechos de los trabajadores, y un 22 de diciembre de 1921 fue fusilado por miembros del Ejército, bajo las órdenes del coronel Héctor Benigno Varela. Día infausto para los trabajadores del mundo.

Convocados por la fecha del crimen, y por obras referidas a la inmigración de familias uruguayas en Entre Ríos, visitamos zonas del país vecino con alta presencia de los Font, y consultamos a Pablo Lagallé, artista, historiador y conservacionista patagónico, docente de Ciencias Naturales, que escribió una biografía del gran anarquista.

“Hablar de José Font, Facón Grande en la Patagonia, es hablar de uno de los líderes ruralistas más legítimos del movimiento huelguístico de 1920 y 21 en Santa Cruz, ya que a diferencia de sus pares (dirigentes) es proclamado por la propia peonada como su representante”.

“Nació en Concepción del Uruguay según su propio testimonio a fines del 1800”, y hay “documentos que forman parte de un trabajo revelador sobre su verdadera identidad, próximo a publicar”, comentó Lagallé a ANÁLISIS.

Luego indicó que Facón Grande “hace honor a su tierra natal Entre Ríos, exhibiéndose ‘hijo de Urquiza’, en una disputa que mantiene con otro entrerriano”.

Documento ocultos de la huelga de 1921 comenzaron a transformarse en prueba clave hace poco menos de cinco años, cuando la hija del entonces administrador de Estancia San José (establecimiento a cargo de José Font en 1916), Serapio García, los presentó como ‘una manera de hacer justicia a favor de Font’, casi cien años después. Hoy conforman el cuerpo principal de las conferencias y de la próxima publicación de Lagallé, que pone en evidencia la verdadera identidad de Facón Grande, “desmitificando otras teorías sobre su procedencia”.

En sus conferencias, el investigador expone reivindicaciones sobre Facón Grande. “Reivindicaciones que limpian su nombre y hombría de bien, ocultas por la saña y la injusticia de un crimen de Estado que ni el viento patagónico pudo borrar”.

Pese a todo, ante consultas de ANÁLISIS sobre el paso de muchas familias uruguayas a Entre Ríos a fines del siglo XIX y principios del XX, Pablo Lagallé no descartó que los Font pudieran ser inmigrantes de la República Oriental del Uruguay.

¿Cómo era el líder?

“Pequeño, de ojos claros, marcado por la viruela de su infancia, el entrerriano José Font es un ejemplo a seguir que hoy revive en nombres de calles y escuelas de la Patagonia. En su honor y el de sus compañeros ‘Caídos por la liverta’ (frase y grafía original de la cruz que recuerda a los asesinados en Estancia San José), no podíamos hacer menos que poner en alto su memoria, y las identidades de los peones rurales argentinos y extranjeros, que ofrecieron su vida en son del grito potente de rebelión”, apuntó Lagallé.
Luego precisó, en referencia a un cuestionario de ANÁLISIS: “hay algunas preguntas que no puedo responder, como si Font tiene familiares en Uruguay. Como dato extra, le comento que en los últimos 20 años hemos dialogado con varios Font de su provincia y del Uruguay, y nadie se exhibe familiar. Incluso rastreamos el origen de su apellido desde España a través de Jordi Font, delegado de Cataluña en Argentina -que casualmente lleva su mismo apellido- , no obteniendo ningún dato esclarecedor que aporte a la investigación”.
-Usted dijo que Font declaró que era de Concepción del Uruguay, pero dejó algún resquicio, es decir, mientas no encontremos la partida de nacimiento… Si José Font hubiese sido oriental, ¿le hubiera convenido decirlo? Por las leyes de entonces ( la ley de Residencia que facilitaba la expulsión de extranjeros)… ¿no era mejor subrayar su cuna en Entre Ríos?, preguntó ANÁLISIS.
-Hay muchos otros datos y signos que brotan de testimonios de contemporáneos de Font, que lo muestran como entrerriano. Manifiesta ser “hijo de Urquiza” en una disputa que tiene con otro entrerriano. Juan Tirachini (fundador de Estancia Los Granaderos) en su libro “Mi labor de medio siglo en la Patagonia”, quien tiene un trato personalísimo con él, lo describe entrerriano por tonada y por dicho de Font, y él finalmente se declara entrerriano nacido en Concepción… Podría ser lo que usted dice, pero no tenemos nada que nos haga sospechar de esto… Los datos en que baso mi testimonio forman parte de la declaración de José Font (a) Facón Grande, tomada por un oficial de la policía del entonces Territorio de Santa Cruz, en ocasión de apresarlo por un delito a la propiedad privada en 1916. Con gran cantidad de fojas muestra el proceso de su juicio aproximadamente por dos años hasta que lo liberan de toda responsabilidad. En lo que llamaban “ficha dactiloscópica” confeccionada con sus datos, se repiten sus mismos datos. Sabiendo que está enjuiciado y teniendo que demostrar su inocencia, cosa que finalmente hace, siendo fichado y encarcelado, no creo que le mienta a la justicia y policía diciendo que es Argentino cuando no lo hubiera sido.

Helvecia ¿una pista?

Volvimos la mirada al notable José Font a raíz de la edición de un libro titulado Memorias de Irazusta, de Delia Esther Notthoff, que reveló la existencia de familias González Font en esa zona del departamento Gualeguaychú, oriundas de Nueva Helvecia en la República Oriental del Uruguay.
Para hablar de la Familia González – Font, Notthoff recurrió a un texto que le escribió, a su pedido, Marta González Gabriel, descendiente. Y dice: “el matrimonio Marcelino González – Teresa Font y sus hijos nacidos en Nueva Helvecia Rca Oriental del Uruguay, Juan Adolfo, Juan Marcelino, Celestino Guillermo, Justo y Segundino Martín, llegaron en 1906 por barco en busca de mejores perspectivas para la familia en un clima político más tranquilo. En un primer momento se establecieron como arrendatarios en diferentes campos Fraga y Parga, en Pehuajó Sud, y Luciano, en Pehuajó Norte, a partir de 1922. En 1941 se trasladaron a los campos de la Sucesión Villagra, en Talitas. Marcelino González (1873) nacido en Canelones, Rca. Oriental del Uruguay, se casó en 1898, en Nueva Helvecia, con Teresa Font (1880), nacida en San José, Rca. Oriental del Uruguay…”

El texto sigue. Lo interesante, entre otras cosas, que hallamos en esta obra es que Pehuajó Norte queda en el departamento Gualeguaychú pero al lado de Concepción del Uruguay, la ciudad que según las investigaciones de Lagallé y otros vecinos de Gobernador Gregores fue señalada por José Font como su cuna.

Hay un dato ineludible: la gran cantidad de familias orientales que se asentaron en Entre Ríos a finales del siglo XIX y principios del XX. (Entre ellas el padre de Linares Cardozo, por nombrar a un famoso). Y en especial lo hicieron en zonas más o menos fronterizas y rurales de los departamentos Uruguay, Gualeguaychú, Gualeguay, y en el hoy Islas del Ibicuy.

De esta manera, una persona como doña Teresa Font que se registra entre las primeras pobladoras de Irazusta pudo ser (por las fechas), hermana o prima de José Font. Es decir: es muy lógico buscar a la familia Font en los alrededores de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, como lo están haciendo Lagallé y su equipo, pero no es descabellado buscarla en las localidades de Helvecia o San José en la República Oriental del Uruguay, para conocer detalles del origen del gran dirigente obrero.
(Ya se había buscado por Durazno, en el Uruguay, sin resultados).

Con estos datos curiosos indagamos esta semana sobre los Font de esa zona uruguaya, y visitamos Helvecia en el departamento Colonia. Allí, un historiador local, Omar Moreira, nos señaló que en efecto, los Font se afincaron en la región pero él no había relacionado la historia del anarquista patagónico con esa familia. Aún así, nos apuntó que existía por ahí cerca un paraje denominado “Parada Font”, y nos puso en contacto con familias Font de Montevideo.

Viajamos hasta esa zona rural, un descampado, a 12 kilómetros de Helvecia, a medio camino entre esa ciudad y Cufré, en el departamento Colonia. No encontramos más que un pastizal, y un antiquísimo aljibe profundo, testimonio de una tapera que muchos vecinos olvidaron. Alrededor, trigo, tambos, unas pocas viviendas y algún rancho. Eso es lo que queda, ni un cartel siquiera, de lo que fuera Parada Font.
En Helvecia, colonia suiza, hay muchos Font en la actualidad. El libro de Lagallé, que estará disponible en 2012, mostrará facetas desconocidas del carrero. Pero el investigador patagónico no pierde la esperanza de hallar la partida de nacimiento que corrobore los dichos de Facón Grande, que se decía “entrerriano del Montiel”.

Hay varias anécdotas sobre el fusilamiento. La traición, las burlas (quitarle el cinto, colocarle en las manos una lata); la actitud de José Font, su pudor… Todo nos lleva a sacarnos el sombrero por el obrero anarquista, sus compañeros, y por los investigadores como Lagallé que nos están alumbrando (y concientizando) desde (la ahora más) entrañable Patagonia.

Al gaucho que dio tela para el tremendo personaje encarnado por Federico Lupi en La Patagonia Rebelde (dirigida por Héctor Olivera) hoy le recitan versos y le cantan canciones con ritmos argentinos, con letras de hondo contenido que resaltan la entrerrianía de Facón Grande. Emociona, por caso, la canción que interpreta Sergio Castro en la cantata Patagonia de Fuego, hay que escucharla. “El cielo de Jaramillo lo vio caer cara al viento con cuatro fuegos, y afuera se regocija Varela”, dice.
“Pero andarás con tu nombre del brazo de la justicia, te ha traicionado Varela, no pudo con tu bandera… La lucha no ha terminado, está tu facón en camino pues tu corazón entrerriano es de este sur, sigue vivo”.


Los aportes de Lagallé

Pablo Lagallé, seudónimo de Marcelo Serafini, es autor y director del cortometraje “Cañadón de los muertos, 70 años de silencio”. Autor de “Crónica de un obrero Patagónico – Cantata sobre la huelga de 1921”.

Perito demarcador de la “Ruta de la huelga de 1921”, participó de la demarcación de sitios de fusilamiento de peones rurales en zona centro de Santa Cruz, que recorre 600 kilómetros desde Gobernador Gregores hasta Puerto Deseado pasando por Jaramillo.

Lagallé, un profundo admirador de José Font, posee datos muy precisos y reveladores sobre la vida, los trabajos, los conflictos y los bienes de facón Grande. Incluso sigue una nueva teoría: que Facón Grande es en verdad el fundador de Gobernador Gregores.

Si bien muchas de las pertenencias del carrero desaparecieron, Lagallé comentó a ANÁLISIS que encontraron la madera donde un herrero ensayó la nueva marca para vacunos y yeguarizos, que Font había tramitado pero no alcanzó a usar.


Daniel Tirso Fiorotto